“EL DISCURSO
ESCOLAR SE DIRIGE A UN PIBE QUE YA NO EXISTE MÁS”
por Juan Ignacio
Provéndola
“El aula tradicional,
para decirlo en términos nietszcheanos, ha muerto”, aseguran Sztajnszrajber y
Pigna.
Prácticamente a cada
paso que dan desde el bar donde se hizo la entrevista hasta la facultad en la
que se realizaron las fotos aparece alguien que se les arrima y los saluda. El
recorrido dura apenas una cuadra y concluye en el patio de Puán, sede de
Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos aires, donde se produce una
conmoción: personal académico se acerca a abrazarlos y algunos alumnos incluso
preguntan emocionados si están ahí porque van a dar una charla en algún aula.
Felipe Pigna y Darío Sztajnszrajber lograron lo que pocos consiguen, muchos
admiran y algunos –para qué negarlo– envidian: sacarle la naftalina de claustro
a contenidos que la pedagogía oficial dejó obsoletos y convertirlos en
atractivos y populares. Moviéndose en una multiplataforma (libros, medios,
charlas), ambos hicieron de la Historia y la Filosofía objetos de consumo
masivo pero saludable. Así como Pigna y Sztajnszrajber leyeron a Alberdi y a
Derrida, o a Jauretche y a Heidegger, en un futuro serán ellos a quienes
acudirán los curiosos del mañana para entender este tiempo en el que las
audiencias de repente se sienten cautivadas por aquello que el sistema
educativo formal les presentó como repelente.
Por sus perfiles
similares, resulta hasta obvio que hayan llegado a un proyecto común, que
comenzó hace cuatro años y pasó por distintos ejes. Primero fue alrededor de la
identidad argentina, luego “Cinco pensadores en su tiempo” y después “Pensar el
Bicentenario”. La fórmula se fue afinando con el paso del tiempo y, para su
nueva puesta, pensaron en “un espacio universal”. Así surgió “Preguntas de la
Historia y la Filosofía”, en donde Pigna y Sztajnszrajber le ponen la voz pero
también el cuerpo a esta diálogo cimentado sobre cuatro ideas-fuerza: el poder,
la religión, la muerte y el amor. Una intertextualidad en la que la historia
argentina se relee a través de sus libros pero también de sus pasiones. De sus
reflexiones y de sus emociones. El espectáculo, que ellos prefieren definir
como “conversatorio”, es un éxito por donde pasa, con salas agotadas en el
interior y también en el Konex (Sarmiento 3131), su fortaleza porteña, adonde
volverán el domingo a las 19, después de un paso por Neuquén y antes de
desembarcar en Rosario (estarán en el Teatro El Círculo el 18 de
octubre).
Pigna y
Sztajnszrajber entraman la Historia y la Filosofía (dos saberes que lo mismo se
nutren del registro y del pensamiento de cada época para poder entender desde
guerras sangrientas hasta el corte de pelo de moda) con el efecto de
reconstruir construcciones de sentido imperantes y ponerlas en cuestinamiento.
Un ejemplo sencillo pero muy claro es el prisma del amor para explicar de qué
manera la emocionalidad íntima influyó y determinó las acciones de esos
próceres que el relato oficial inmaculó al punto de despojarlos de todo tipo de
sentimiento más que el fastuoso “amor a la patria”. “Esos tipos del siglo XIX
no eran muy diferentes a los que de carne y hueso que conocemos hoy. ¿Se
piensan que no amaban, no extrañaban, no querían estar en pareja o tener relaciones
sexuales? ¡Hablaría mal de esta gente si no hubiese sido así!”, sostiene Pigna.
Para Sztajnszrajber, en tanto, “la idolatría en la que se coloca a los ‘héroes
nacionales’ creó esta especie de personajes por encima de lo humano, en un
nivel casi religioso. A San Martín se lo define como El Santo de la
Espada”.
La figura de San
Martín es nodal porque entraña todo un complejo sistema de disputas e
imposiciones simbólicas que siguen generando tensión. “Ahora intenta
vinculárselo con la idea de ‘emprendedor’ –explica Pigna–, aunque en el sentido
del ‘entrepreneur’ francés. Es decir, un emprendedor empresario. Entonces la
gesta libertadora se reduce a una empresa, haciendo una asociación de palabras
para nada inocente. Se habla entonces de la ‘empresa del Cruce de los Andes’
para subrayar la capacidad de iniciativa individual, cuando en realidad fue una
de las acciones más colectivas de la historia argentina”. En esa línea,
Sztajnszrajber observa que “se buscan asociaciones y afinidades conceptuales, porque
ese emprendedurismo tiene que ver con el éxito y entonces la historia, una vez
más, es contada en términos de héroes y villanos, de ganadores y perdedores. Y
la empatía siempre es con el ganador, porque lo que se recuerda de San Martín
son sus victorias”, detalla el filósofo. “El fomento de una sociedad exitista
deja debajo de la alfombra aquello que nosotros queremos desempolvar: la
historia de los derrotados. Por eso, en los cuatro temas siempre buscamos la
perspectiva del que queda afuera. Si hablamos del amor, salimos de las novelas
rosa con final feliz, que es el discurso oficial, para entenderlo también como
una zona donde se hace política, una zona de poder, de conflicto. Y que la
muerte es algo irresoluble. Lo cual no es malo, salvo para una sociedad
exitista donde algo que no se resuelve es visto como una falencia”.
A propósito de esto
último, Pigna agrega que “en la enseñanza de la Historia en primarios y
secundarios se omite el conflicto, porque se sostiene que el niño no esta en
condiciones de comprenderlo, cuando en realidad el niño de 2017 vive viendo
videos o leyendo comics donde conflicto está presente. Además, su capacidad de
abstracción y memorización es impresionante: Pokemón tiene 590 personajes y en
japonés. El discurso escolar está dirigido a un pibe que ya no existe más, que
atrasa cincuenta años. Pero, por debajo, el sistema sirve para reforzar la
escolarización de la Historia: parece que su único ámbito autorizado para
‘pensar’ la Historia es la escuela,a tal punto que, cuando llega el 9 de julio,
la gente habla más del acto escolar que del proceso independentista en sí”.
En el conversatorio
dicen que los alumnos son “víctimas de la Historia”, en alusión a los métodos
pedagógicos convencionales. ¿Cómo se podría zanjar este conflicto?
Felipe Pigna: Los dos estamos
orgullosos de nuestra experiencia docente en la secundaria, porque nos dio un
aprendizaje importantísimo en la divulgación y en la necesidad de hacerte
entender. La Historia y la Filosofía son dos disciplinas lo suficientemente
hermosas como para convertirlas en una experiencia sufrida. La clave quizás
esté en hacer coparticipar al alumno, detectar qué podría despertarle más
inquietudes y, por ende, mayor curiosidad. De qué manera se pueden relacionar
los contenidos del pasado con su presente, qué consecuencias generaron en su
cotidianidad.
Darío Sztajnszrajber: El aula
tradicional, para decirlo en términos nitzcheanos, ha muerto. Lo cual no
necesariamente signifique algo negativo: en todo caso, debemos repensar por
donde pasan la transferencia y el conocimiento. Creo que enseñar hoy contenidos
en un aula es una pérdida de tiempo, porque los pibes los tienen disponibles en
plataformas que antes no existían. Usar ochenta minutos de Filosofía en el
colegio para dictar los conceptos fundamentales de Sócrates no tiene sentido.
Hay que crear acontecimientos filosóficos. Una vez, cuando era profesor de
secundario, quise llevar a los alumnos caminar, emulando las caminatas que
hacía Aristóteles, pero siempre tenias una autoridad que te decía: “vuelvan al
aula, esto no es joda”.
Las políticas
educativas oficiales tienden a hablar, curiosamente, de la despolitización de
las aulas y de los contenidos. ¿No supone esto una contradicción, en el sentido
de que revisar la historia implica de por sí un hecho político?
F.P.: Habla de educación
gente que no tiene la menor idea, que no pisa un aula desde hace cuarenta años.
Y ahí estamos ante un problema. Existe una gran ignorancia sobre lo que pasa en
la escuela de una gran parte de los formadores pedagógicos, y también de
opinión, que no saben lo que ocurre en un colegio, cómo se enseña, y con qué
métodos. Todo lo que se salga del mitrismo, de ese relato oficial que se sigue
reproduciendo, parece urdir intenciones políticas, pero nadie discute todo lo
político que significó imponer esos discursos como cánones. La lógica actual,
que por cierto el sistema avala, hace que los alumnos deban preocuparse
únicamente por aprobar un examen. Se vuelven especuladores y, en ese contexto,
el conocimiento queda completamente al margen.
D.S.: Etimológicamente,
la palabra “escuela” viene de “skholè”, que en griego significa “ocio”. Es
decir: la gente iba a la escuela pasarla bien. Y fíjense qué deserotizada está
la institución escolar actualmente que los pibes la viven como una carga y no
como un lugar para realizarse. Obvio que un aula es un espacio político, porque
hay relaciones de poder entre docentes, alumnos y autoridades, y esto genera
conflictos de intereses. El tema es que el poder busca construir zonas
apolíticas. Como el aula, o mismo la casa. ¡Los lugares donde, justamente, se
ponen en evidencia las relaciones de poder! El conocimiento sale de ese choque
de espadas, de lo contrario el docente fagocita al alumno hasta convertirlo en
otro ladrillo en la pared, como ya lo explicó Pink Floyd.
La resistencia como pregunta
En tiempos de
posverdad, en los que la verdad es dinamitada por la verosimilitud (no importa
qué se dice, sino cómo),emergen desde esas ruinas quienes buscan explicaciones
revolviendo los escombros. “Pensar hoy una resistencia es pensar no sólo
prácticas y narrativas que rompan las del poder, sino también las de esas
resistencias que el propio poder genera para su funcionalidad”, apunta
Sztajnszrajber. Y ejemplifica: “La idea del Panteón de los Próceres delimita
los modelos a seguir y también, por exclusión, los que no. Y produce un efecto
narcotizante, en el sentido de que da placer y tranquilidad consumir y
reflejarse en un discurso cerrado y, por ende, indiscutible. En ese sentido hablaba
Marx de la religión como el opio de los pueblos”.
¿Michel Foucault y su
análisis de los dispositivos de control y poder se volvió una lectura
indispensable para entender todo esto?
D.S.: Es que se volvió
actual, aunque hayan pasado más de cincuenta años de alguna de sus obras,
porque sirven para entender la exclusión y la forma en la que hoy trabaja el
capitalismo en la intervención de los cuerpos. Pero la extemporaneidad no es un
rasgo de Foucalt, sino de la Filosofía entera: podés entender mejor al gobierno
de Macri a través de La república que por muchos pensadores contemporáneos,
porque ese libro provee categorías de análisis muy valiosas. Ya en ese entonces
Platón hablaba del hombre justo como una armonía entre sus dimensiones
racionales e instintivas, y por añadidura esto se extendía a la polis, donde la
injusticia residía, entre otras cosas, en la intromisión del mundo de la
empresa o del comercio en las decisiones políticas.
Rescatan el tango
“Desencuentro” para darle visibilidad a expresiones silenciadas durante la
Década Infame. ¿La cultura popular sirve como atajo para reflejar aquello que
dejaron afuera los relatos oficiales?
F.P.: Es que la cultura
popular es prácticamente el primer registro de la otra historia, aquella que el
pueblo cuenta en base a lo que vive. El tango, ni hablar, pero antes la payada,
un elemento que usó el anarquismo entre fines del siglo XIX y principios del XX
para divulgar textos de Kropotkin o Bakunin entre obreros analfabetos. Es
increíble como se han ignorado históricamente estas expresiones. Me viene a la
mente una escena extraordinaria de Y la nave va donde un grupo de gitanos baila
sobre la cubierta de un barco y, desde la primera clase, dos antropólogos los
critican, cuestionando la autenticidad de ese baile popular. Una maestría de
Fellini que por otra parte refleja un escenario real.
Otro interés que
comparten es la construcción de la identidad nacional, inquietud irresoluble
que acompaña a historiadores y pensadores argentinos de todos los tiempos. ¿Es
posible llegar a alguna conclusión?
F.P.: No es esa la
intención sino, por el contrario, dejar a la gente con más interrogantes que
certezas. Porque la Argentina es un país aluvional, sostenido por identidades
múltiples, entonces hablar de un único “ser nacional” es casi fascistoide.
Muchas veces se alude al argentino espejándose en el porteño, que nada tiene
que ver con el jujeño, por cierto tan argentino como aquel. En el “inventario”
coexisten más de cincuenta naciones indígenas y casi sesenta colectividades
extranjeras. ¡Tan solo en Oberá, una ciudad misionera de 60 mil habitantes,
tenés medio centenar de colectividades! ¿De qué estamos hablando, entonces? O,
mejor dicho: ¿a quién le sirve definir un “ser nacional”? Porque, en otro
punto, esta idea de uniformidad identitaria disuelve también el conflicto de
clases.
D.S.: La identidad es una
metáfora que busca un ordenamiento farmacológico, porque trata de encontrar
aquello que es permanente en uno y, por ende, nos da más seguridad. Identidad
surge de “ídem”, lo que se repite a sí mismo. Y eso se ata al concepto de
Patria, como un padre compartido, y al de Nación, que viene de nacer. Todo
remite a una misma sangre en el contexto de estados modernos, no sólo el
argentino, que son artificiales, productos de imposiciones, de un alambrado que
definió las fronteras “por que sí”. Entonces, los mitos sirven para darle
sentido a esa artificialidad territorial y cunden en expresiones
fundamentalistas como el reciente avance neonazi en Alemania, entre tantas
otras. Pero, al mismo tiempo, del otro lado se tensa una decostrucción de
identidades que no sólo afecta a lo nacional, sino también a lo sexual y a lo
cultural, creo yo que como saldo positivo del posmodernismo.
Uno de los mitos de
origen de la construcción identitaria argentina es la Independencia de 1816, de
la que se cumplieron 200 años. ¿Cuánto de mito y cuánto de independencia hubo
en este relato fundante?
F.P.: En principio, no
fue tal independencia, porque luego hubo ocho años de guerras civiles. Pero, al
mismo tiempo, el llamado Bicentenario de 1816 no generó demasiado interés ni
entre los estamentos oficiales que podrían haberlo impulsado como pretexto para
la reflexión histórica ni tampoco entre la gente. El año pasado, nosotros dos
hicimos un ciclo referido al Bicentenario y sentimos un generalizado clima de
apatía, de modo que ese debate siempre queda abierto.
D.S.: El problema es
plantearse la independencia en términos absolutos, error similar al que se
comete cuando la felicidad o el amor son abordados de la misma manera. Porque
absoluto implica no dejar nada suelto, ya que todo lo contiene, y esos términos
no existen en la independencia. Siempre dependés de algo, en todo caso lo
relevante es la gradación. Es decir, de cuántas dependencias de carácter
opresivo lográs liberarte. Porque la independencia no se decide, sino que se
apropia. Es producto de una lucha, no de un consenso: la ganás provocando una
ruptura que inevitablemente genera perturbación.
(Página12 / 1-10-2017)
(Página12 / 1-10-2017)
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