Flotaba en un mundo de mujeres de ojos grandes y mofletes inflados a rojo. Sus chicas hablaban de amor, o más bien de desamor, en una atmósfera en la que incluso el azul se sentía caliente. Su primer libro, Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End, incluía a estas féminas cuya preocupación inspiraba ternura. Su éxito fue absoluto. Paula Bonet apareció en todos los periódicos, en todas las revistas y sus ilustraciones acumulaban miles de seguidores en las redes sociales.
A los dos años, en 2016, avisó de que venía con otro libro. Otra
publicación inspirada en mujeres a las que esperábamos de la misma tonalidad.
Pero, a medida que iba adelantando la portada o alguna de las ilustraciones del
interior, empezamos a ver desaparecer la calidez. Aparecieron ocres que
reflejaban angustias, negros que nos llevaban a la soledad, mujeres sufriendo
desde el estómago.
A Bonet se le había quebrado el alma, o por lo menos así lo dejaba ver en cada una de sus chicas. Se publicó La sed y apareció una nueva artista, esta vez con más voz y con ganas de gritar por la desigualdad con la que tienen que vivir las mujeres en nuestra sociedad. Su cambio reflejó el camino de muchas, su valentía, la falta de miedo que lleva varios años adueñándose de actrices, pintoras, escritoras y que las ha convertido en referentes del movimiento feminista. Ahora, en el marco de la huelga del 8 de marzo, le concede una entrevista a El Independiente.
A Bonet se le había quebrado el alma, o por lo menos así lo dejaba ver en cada una de sus chicas. Se publicó La sed y apareció una nueva artista, esta vez con más voz y con ganas de gritar por la desigualdad con la que tienen que vivir las mujeres en nuestra sociedad. Su cambio reflejó el camino de muchas, su valentía, la falta de miedo que lleva varios años adueñándose de actrices, pintoras, escritoras y que las ha convertido en referentes del movimiento feminista. Ahora, en el marco de la huelga del 8 de marzo, le concede una entrevista a El Independiente.
¿Que ocurrió entre The End y La sed para que tus ilustraciones cambiasen de esa
forma tan radical?
Cuando publiqué Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End y
me vi expuesta públicamente entendí que la igualdad que se me había prometido
no era tal y empecé a tomar conciencia de las agresiones de género a las que
estaba siendo sometida. No entendía nada. Entonces empecé a buscar respuestas,
necesitaba referentes femeninos, entendí que mi experiencia intelectual y
emocional se había construido sobre la base de la experiencia masculina. Todos
mis referentes eran hombres.
Llegué entonces a la obra de autoras
como Plath,
Sexton o Lispector y entendí que las mujeres andamos en círculos. Que por más
que nos dejemos la piel en nuestra escritura o pintura, que por más que
lleguemos a conclusiones de las que otras mujeres podrían partir y romper
tabúes, ya se encargará el patriarcado de borrar todos nuestros logros ¡y que
las mujeres que vienen después se encarguen de empezar de nuevo! Las mujeres
andamos en círculos.
Entonces fue cuando nació La sed. Cuando The End, con sus
imágenes preciosistas y delicadas, estaba funcionando tan bien yo me encontraba
viviendo una situación que fue dolorosa y desagradable. Sentía como si toda esa
ingenuidad en mi relación con el contexto se hubiera volcado entera y sin
filtros en aquel libro. Sentía que, como mujer, había hecho exactamente lo que
el contexto quería que hiciera para no ser silenciada o convertida en vaca:
disfrazarlo todo de metáfora, ser educada, ingenua y muy
complaciente. La sed es un
despertar. Es la necesidad de huir de un lugar que mutila, que etiqueta, que
enmudece a las del género al que pertenezco.
El arte como fórmula para concienciar a la sociedad, ¿para reivindicar?
El arte es el lugar en el que se
hacen preguntas y se intentan encontrar respuestas. Es donde debería haber más
libertad para poder denunciar y alzar la voz. Es una herramienta de
comunicación que funciona, creo que tenemos que hacer uso de ella.
Has asegurado sin darte cuenta que has repetido patrones machistas y que
han sido mujeres referentes en literatura o pintura las que te han hecho entender
a la mujer de otra manera.
Repetí patrones machistas y por más
que me duela y a pesar de estar alerta los sigo repitiendo, porque, como
dice la inglesa Mary Beard, los mecanismos machistas están
hondamente intrincados en la cultura occidental. Es complicado localizarlos, se
han colado en el lenguaje, en la manera que tenemos de comunicarnos, en la
relación con el poder. Están instalados en lo más profundo de nosotros y
nosotras mismas.
¿Vas a trabajar el próximo 8 de la marzo?
No, no voy a trabajar el próximo 8 de
marzo. Porque la desigualdad laboral a la que nos enfrentamos es intolerable.
Porque continuamos muy expuestas a la violencia machista. Porque no somos
libres. Y como ni somos transparentes ni estamos mudas aprovecharé para
reunirme y charlar con un grupo de mujeres mayúsculas de las que seguramente
aprenderé mucho. Después iré con ellas y con muchos hombres (espero) a la
manifestación convocada en Barcelona.
¿Crees que se ha politizado, demasiado, la huelga del próximo 8 de
marzo?
Sí, creo que esta huelga es necesaria.
Creo que todo -absolutamente todo- es político: lo personal es político, cada
decisión y acto lo son. Incluso decidir no actuar es un acto político. Claro
que esta huelga lo es, y lo es en el mejor sentido de la palabra.
El 2017 ha sido un año positivo para la lucha feminista. ¿Qué consideras
que ha cambiado en la sociedad para que las mujeres nos atrevamos cada vez más
a reivindicar nuestros derechos?
Creo que hemos perdido el miedo. Que
finalmente hemos tomado conciencia y hemos visto que la labor de Gloria
Steinem, por ejemplo, no concluyó en los setenta. Que tenemos que incluir en
nuestro lenguaje términos como “sororidad” o “lucha” y que no podemos
desfallecer. Hay mucho trabajo por delante, lo que estamos viviendo en estos
días no es más que un despertar.
Una de tus mayores reinvidicaciones ha sido a través de un
artículo en eldiario.es en el que narrabas los dos abortos que
sufriste el año pasado.
Estoy cansada de que lo universal sea
lo masculino y que lo femenino sea “lo otro”, lo que no importa, aquello a lo
que no se presta atención, de lo que no se habla. El cuerpo femenino sólo tiene
presencia pública mientras es joven y despierta deseo. ¿Qué sucede entonces con
los cuerpos viejos de las mujeres? ¿Por qué al hombre se le permite la
arruga y la experiencia, mientras que cuando un cuerpo de mujer se arruga se
entiende como un cuerpo al que “ya se le ha pasado el arroz”? ¿Qué iba a suceder
entonces con el mío, que tenía forma de embarazada pero no contenía embrión?
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